Cada mañana, el murmullo creciente de motores y el ronroneo de vehículos pesados marcan el inicio de una rutina que se repite en casi todas las grandes ciudades del mundo.
Pero algo está cambiando.
En algunos sectores, los zumbidos que se escuchan no provienen de un camión, sino de un dron que sobrevuela edificios llevando una pequeña caja. En las aceras, un robot del tamaño de una maleta se abre paso entre peatones.
¿Podrán estos nuevos actores urbanos reemplazar a los tradicionales vehículos de reparto y transformar definitivamente el tráfico en las ciudades inteligentes?
«La última milla, la más costosa del reparto»
Por: Gabriel E. Levy B.
Durante décadas, la logística urbana giró en torno a un esquema centralizado: grandes centros de distribución desde los que camiones y furgonetas llevaban mercancías a comercios y domicilios. Este modelo, si bien eficiente a gran escala, generó un problema persistente en los últimos tramos del recorrido: la llamada “última milla”. Según McKinsey & Company, esta última parte del proceso logístico representa más del 50% del costo total de entrega. No solo eso, también es responsable de una parte significativa del congestionamiento urbano, la emisión de gases contaminantes y el deterioro del espacio público.
En los años 90, con el auge del comercio electrónico, la demanda de entregas rápidas creció exponencialmente. La congestión por vehículos de reparto se volvió habitual en zonas comerciales y residenciales. Empresas como UPS, DHL y FedEx aumentaron sus flotas, mientras que miles de mensajeros independientes comenzaron a recorrer las ciudades en motos, bicicletas o pequeños autos.
Pero con la llegada de nuevas tecnologías –como los drones aéreos y los robots de reparto terrestres autónomos– surgió una posibilidad que parecía sacada de la ciencia ficción: entregar paquetes sin recurrir a vehículos de combustión interna ni conductores humanos. El reto, desde entonces, fue integrar esta alternativa sin colapsar la ya frágil infraestructura urbana.
«Ciudades inteligentes y el desafío de moverse mejor»
Una ciudad inteligente no se define solo por sensores o edificios con domótica, sino por la capacidad de adaptar su infraestructura a las necesidades humanas. Y en esa ecuación, la movilidad es clave. La congestión vehicular, el ruido y la contaminación son problemas urgentes que exigen soluciones radicales.
Según el informe «Shaping the Future of Urban Delivery» del World Economic Forum, si no se cambia el modelo actual de entregas urbanas, para 2030 las emisiones de dióxido de carbono por logística aumentarán un 32% en las principales ciudades del mundo, y los tiempos de entrega crecerán un 21% debido al incremento en la congestión. El documento propone, entre otras soluciones, la adopción masiva de drones y robots de mensajería.
Los drones tienen la ventaja de operar en el espacio aéreo bajo, esquivando el tráfico terrestre. Algunos modelos, como el Wing de Alphabet (Google), ya realizan entregas en barrios suburbanos de Australia y Estados Unidos. Sus vuelos son programados para evitar zonas de alta densidad y minimizar riesgos. En paralelo, robots autónomos como los de Starship Technologies ruedan a paso de peatón por las veredas de ciudades como Milton Keynes (Reino Unido) o Tallin (Estonia), llevando pedidos de comida y paquetes.
Ambas tecnologías están pensadas para optimizar el reparto de la última milla, evitando que decenas de camionetas recorran calles angostas o zonas congestionadas. Pero su implementación también exige una ciudad capaz de integrarlas sin generar conflictos con peatones, ciclistas u otros actores de la movilidad urbana.
Para el urbanista y académico Carlos Moreno, impulsor del concepto de “la ciudad de los 15 minutos”, la clave está en reducir la necesidad de transporte motorizado y fomentar una ciudad más densa, mixta y conectada. “Los drones y robots pueden ayudar, pero no reemplazan el rediseño urbano que necesitamos”, advierte.
«El tráfico no desaparece, solo cambia de forma»
¿Quitar cientos de camiones de las calles reducirá el tráfico? No necesariamente. Según estudios del MIT Media Lab, la introducción de nuevas formas de entrega sin una regulación clara puede, en algunos casos, empeorar la congestión. Esto sucede cuando los robots circulan lentamente por aceras sin adaptarse al flujo peatonal, o cuando drones multiplican sus trayectos para entregar unidades individuales que antes se agrupaban en un solo envío.
Además, la eficiencia de estos sistemas depende de varios factores: autonomía energética, capacidad de carga, tiempos de vuelo o trayecto, regulación del espacio aéreo, y tolerancia social a su presencia. En ciudades donde la infraestructura aún no se adapta, la presencia de estos dispositivos puede generar nuevas tensiones urbanas.
La experta en movilidad urbana Mariana Alegre, directora de Lima Cómo Vamos, señala que “la tecnología por sí sola no soluciona el problema de fondo. Si seguimos promoviendo un consumo individual y urgente, cualquier solución tecnológica se vuelve solo un parche”.
De hecho, la lógica del consumo inmediato –estimulado por plataformas que prometen entregas en menos de una hora– puede incrementar el número de viajes, aunque estos sean realizados por robots. Esto genera un tráfico nuevo, invisible desde el asiento de un auto, pero evidente en el ritmo de las ciudades. El espacio aéreo bajo comienza a saturarse, las aceras se vuelven más estrechas, y el ruido del zumbido tecnológico reemplaza al del motor de combustión.
«Cuando el futuro ya rueda (o vuela) entre nosotros»
Los casos ya abundan. En Helsinki, los robots de la empresa LMAD realizan entregas en entornos controlados, como parques tecnológicos y campus universitarios. En San Francisco, la empresa Serve Robotics despliega robots con rostros LED que se detienen automáticamente ante cualquier peatón y se abren con una app para entregar pedidos de restaurantes.
En Colombia, Rappi experimenta con pequeños robots para entregar pedidos en Medellín, mientras que en Japón, Panasonic prueba prototipos de robots guiados por inteligencia artificial para entregar paquetes en zonas residenciales de Tokio.
Por su parte, Amazon presentó su dron MK30, diseñado para sortear condiciones climáticas adversas y entregar paquetes de hasta 2,2 kg en menos de 30 minutos. Walmart, en asociación con DroneUp, ya realiza entregas aéreas en varias ciudades de Estados Unidos, sumando miles de vuelos cada mes.
Sin embargo, estos experimentos aún conviven con realidades dispares. En muchas ciudades de América Latina, las aceras rotas, la informalidad logística y la falta de regulación dificultan una implementación eficiente. La tecnología existe, pero el entorno aún no está listo.
El desafío no es solo técnico, sino cultural y político. ¿Estamos preparados para compartir la ciudad con estos nuevos actores? ¿Qué espacios deberán cederse, qué derechos y qué responsabilidades surgirán en este nuevo ecosistema?
En conclusión, los drones y robots de mensajería pueden reducir la presencia de camiones en las calles y, con ello, aliviar parte del tráfico urbano. Pero su impacto dependerá de cómo se integren en una planificación urbana más amplia, centrada en la sostenibilidad y la equidad. No se trata solo de reemplazar vehículos, sino de repensar cómo y por qué nos movemos en la ciudad. El futuro de la movilidad no está en el cielo ni en las aceras, sino en la capacidad colectiva de rediseñar el espacio que compartimos.
Referencias:
McKinsey & Company (2016). Parcel delivery: The future of last mile.
World Economic Forum (2020). The Future of the Last-Mile Ecosystem.
Carlos Moreno (2020). La revolución de la proximidad.
MIT Media Lab (2019). Autonomous Delivery: Challenges and Opportunities.
Mariana Alegre (2021). Entrevista en La Silla Vacía.