En un rincón poco conocido del suroeste japonés, una pequeña ciudad ha demostrado que un futuro sin basura no es una utopía.
Osaki, con apenas 12.000 habitantes, recicla el 80% de sus residuos sin necesidad de una planta incineradora.
Un modelo que rompe con la lógica del descarte y que podría enseñarle al mundo que otro sistema es posible.
“La basura es un error de diseño”
Por: Gabriel E. Levy B.
Cuando el vertedero de Osaki llegó a su límite a finales de los años noventa, las autoridades municipales enfrentaron la encrucijada clásica del modelo urbano contemporáneo: ¿más infraestructura para esconder la basura o una transformación de raíz? La decisión fue inusual.
En lugar de construir una incineradora, apostaron por una política de reciclaje exhaustivo, clasificación comunitaria y compostaje orgánico.
No fue una decisión impulsiva.
Desde mediados de la década de 1990, la ciudad ya venía fortaleciendo sus políticas ambientales, inspirándose en movimientos globales como el Zero Waste International Alliance.
La consigna era clara: “la basura no existe, solo materiales mal gestionados”.
Esta visión también coincide con lo planteado por William McDonough y Michael Braungart en su libro Cradle to Cradle (2002), donde postulan que los residuos no son inevitables, sino consecuencia de un mal diseño sistémico.
En Osaki, esa idea dejó de ser teoría y se volvió práctica cotidiana.
El caso también se alinea con las ideas del investigador japonés Tetsuya Uetake, quien estudió los sistemas de residuos en comunidades rurales niponas.
Uetake sostiene que “el éxito en la gestión de residuos no depende de la tecnología disponible, sino del grado de participación comunitaria en los procesos de separación y reaprovechamiento. Osaki lo confirma con creces.
“27 categorías y una comunidad movilizada”
Las cifras de Osaki impresionan, pero el contexto explica mucho. Japón es un país con altísima densidad poblacional y escasez de espacio disponible para rellenos sanitarios.
La conciencia sobre el manejo de residuos forma parte del día a día, especialmente en las zonas rurales, donde el vínculo entre territorio y comunidad es más estrecho.
En Osaki, los residuos se clasifican en 27 categorías distintas. Desde papeles y cartones, hasta tipos específicos de plástico, metal y residuos orgánicos.
Cada hogar dispone de diferentes cubos y bolsas, y los días de recolección están estrictamente organizados.
No existe la improvisación.
No se trata de una opción, sino de una responsabilidad compartida.
Kasumi Fujita, concejala local y activista por el clima, recuerda que cuando llegó en 2021 a trabajar con el municipio, el sistema ya estaba muy maduro. “Aquí, los residuos no se queman”. Se entierran solo los que no se pueden reciclar, y son muy pocos.
Los residuos orgánicos, en cambio, se transforman en compost y regresan al suelo”, explica.
Fujita también destaca que este modelo ha despertado el interés de países del sudeste asiático, como Indonesia, donde el personal de Osaki ya ha brindado capacitaciones.
El sistema se sustenta sobre tres pilares: educación ambiental, infraestructura de separación y participación.
En cada etapa hay presencia ciudadana.
Desde la clasificación en el hogar hasta los centros de acopio. Todo con el fin de reducir al mínimo el impacto ecológico. Y, más importante aún, sin necesidad de incineradoras, que, aunque reducen volumen, emiten gases contaminantes y generan cenizas tóxicas.
“Compost: del desperdicio al alimento”
Uno de los elementos más innovadores del modelo de Osaki es su sistema de compostaje.
Los restos de comida se recogen tres veces por semana y se trituran. Luego se mezclan con restos de poda, que contienen microorganismos autóctonos fundamentales para acelerar la descomposición.
El resultado es un compost rico en nutrientes que no se exporta ni se almacena: se utiliza directamente en las granjas locales.
El círculo se cierra. El residuo vuelve a la tierra que dio el alimento original.
Una lógica que recupera el ciclo natural, y que encaja con la noción de economía circular, donde cada desecho se transforma en insumo de un nuevo proceso.
Esta visión también ha sido defendida por la economista inglesa Kate Raworth, autora del influyente Doughnut Economics (2017).
Raworth plantea que la sostenibilidad debe trascender la idea de crecimiento y enfocarse en regenerar los sistemas vivos. Osaki, sin pretenderlo, aplica esa lógica: no solo evita contaminar, sino que regenera el suelo y fortalece la economía agrícola local.
No se trata únicamente de reducir residuos, sino de revalorizar lo descartado. Cada cáscara de fruta, cada tallo de verdura, cada hoja seca, tiene un destino útil. Un principio sencillo pero revolucionario en una época donde el desperdicio es la norma.
Otras ciudades, otros caminos
Osaki no es el único caso en Japón ni en el mundo, aunque sí uno de los más avanzados.
En la misma línea, Kamikatsu, también en Japón, ha implementado políticas similares desde 2003, con el objetivo declarado de convertirse en una comunidad “cero residuos”.
Allí, los habitantes separan sus residuos en más de 45 categorías y no existe recolección domiciliaria: los vecinos deben llevar su basura al centro de reciclaje.
Fuera de Japón, destaca el caso de Ljubljana, capital de Eslovenia, que logró en pocos años pasar de un modelo dependiente del vertido y la incineración, a uno basado en la economía circular.
Según datos de la organización Zero Waste Europe, en 2020 la ciudad reciclaba el 68% de sus residuos, liderando el ranking europeo.
En América Latina, el ejemplo de Belo Horizonte, en Brasil, muestra que incluso en contextos urbanos densos y desiguales, es posible desarrollar estrategias participativas de reciclaje con inclusión social.
Allí, cooperativas de recicladores urbanos desempeñan un rol central en la gestión de residuos secos.
Cada uno de estos casos tiene particularidades.
Pero todos coinciden en un punto: no se trata de tecnología, sino de voluntad política y organización comunitaria. Osaki, con su escala modesta, lo demuestra con contundencia.
En conclusión
Osaki no construyó una incineradora. Construyó una comunidad. En lugar de esconder la basura, decidió enfrentarla, entenderla y transformarla. Separar en 27 categorías no es un capricho burocrático, sino una lección de cuidado. Cada residuo cuenta.
Cada acción suma. La economía circular no es solo una política, sino una cultura. Y Osaki, con sus composteras y sus cubos azules, se ha convertido en ejemplo silencioso pero poderoso de que otro camino es posible.
Referencias
- McDonough, W., & Braungart, M. (2002). Cradle to Cradle: Remaking the Way We Make Things. North Point Press.
- Raworth, K. (2017). Doughnut Economics: Seven Ways to Think Like a 21st-Century Economist. Chelsea Green Publishing.
- Uetake, T. (2014). “Community-based waste management systems in rural Japan: Success factors and local adaptation”. Journal of Environmental Studies, Vol. 23(2), pp. 56-73.
- Zero Waste Europe. (2020). Case study: Ljubljana – Europe’s zero waste capital.