Cada año, el mundo produce más de 50 millones de toneladas de residuos electrónicos. De ese total, menos del 20% se recicla adecuadamente. En medio de este colapso silencioso, surgen conceptos que prometen reordenar nuestra relación con la tecnología: RAEE, ITAD y economía circular. Tres siglas que no solo hablan del destino de nuestros aparatos, sino también de cómo entendemos el consumo, la obsolescencia y la responsabilidad ambiental.
“El futuro del reciclaje no es reciclar”: una mirada que lo cambia todo
Por: Gabriel E. Levy B.
La frase es provocadora y proviene de Walter R. Stahel, arquitecto del concepto de economía circular.
Ya en los años 70, Stahel advertía que el reciclaje, por sí solo, no resuelve la crisis ambiental: “debemos cambiar el modelo lineal de producción por uno donde el residuo deje de existir”.
En esta línea, la proliferación de los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE) en las últimas décadas obligó a repensar los modos de gestión.
La directiva europea sobre RAEE, aprobada en 2003 y renovada en 2012, definió por primera vez un marco legal para el reciclaje y la recolección de dispositivos electrónicos.
Sin embargo, el crecimiento exponencial del consumo tecnológico hizo insuficiente cualquier intento puramente normativo.
Se trataba, entonces, de pasar de la gestión de residuos al rediseño de los sistemas productivos.
Paralelamente, en el ámbito corporativo emergió otro concepto: IT Asset Disposition (ITAD).
Este término, popularizado en la industria norteamericana, se refiere a los procesos de disposición segura y eficiente de activos tecnológicos al final de su vida útil.
A diferencia del reciclaje tradicional, el ITAD prioriza la reutilización, la seguridad de datos y la maximización del valor residual de los equipos.
No se trata solo de desechar, sino de recuperar.
“Reutilizar es más rentable que reciclar”: la trastienda del consumo tecnológico
La economía digital aceleró el ciclo de vida de los dispositivos.
En promedio, un smartphone tiene hoy una vida útil de apenas dos años. Las laptops no superan los cinco.
Esta velocidad produce una montaña de residuos invisibles pero altamente contaminantes: litio, plomo, cadmio y mercurio se acumulan en vertederos o se exportan ilegalmente a países del sur global, donde niños desarman componentes sin protección alguna.
La categoría de RAEE agrupa estos desechos: desde microondas hasta servidores, desde lavadoras hasta drones.
Su clasificación varía según normativas locales, pero la lógica es siempre la misma: son aparatos que, una vez obsoletos, deben ser tratados bajo protocolos específicos para evitar daños ambientales y sanitarios.
El problema es que el reciclaje de RAEE, aunque necesario, tiene límites físicos y energéticos. “No se puede reciclar indefinidamente un smartphone sin perder materiales valiosos”, señala la investigadora Katherine N. Stevels, especialista en ecodiseño.
Frente a este panorama, el modelo ITAD ofrece una alternativa más inteligente: reacondicionar, revender o donar equipos, siempre con criterios de seguridad y trazabilidad.
Muchas empresas ya incorporan procesos ITAD como parte de sus políticas de sostenibilidad. En lugar de desechar laptops viejas, las envían a centros especializados donde se limpian datos, se reemplazan componentes y se les da una segunda vida. Esto reduce el impacto ambiental y genera beneficios económicos.
Sin embargo, ITAD aún es un concepto poco difundido fuera del entorno corporativo. Su implementación en hogares o pymes es mínima, aunque sus principios podrían ser aplicables a escala masiva.
Es aquí donde la economía circular entra en juego como modelo integrador.
“El producto del futuro es el servicio”: desarmando el modelo lineal
La economía circular no se reduce al reciclaje, ni a la reutilización, ni al compostaje.
Es un paradigma que busca diseñar productos y servicios desde el origen pensando en su duración, reparación, desensamblaje y revalorización.
Como bien lo explica Ken Webster, del Instituto Ellen MacArthur, “circularidad no es eficiencia, es regeneración”.
En este esquema, los productos tecnológicos no deberían considerarse objetos de consumo, sino recursos temporales.
El fabricante no vendería una impresora, sino el servicio de impresión. El usuario no compraría un smartphone, sino lo alquilaría con posibilidad de renovación.
Así, los dispositivos volverían a su origen para ser reacondicionados o desmontados, generando un flujo circular de materiales y valor.
Este cambio implica una transformación radical en la cadena de producción.
Desde el diseño modular hasta la transparencia en la trazabilidad de los componentes, cada etapa debe facilitar el retorno del producto al sistema.
Y aquí el ITAD se convierte en un engranaje esencial: sin una logística eficiente para recuperar, diagnosticar y reacondicionar, la economía circular no puede funcionar.
Asimismo, la categorización de RAEE debería cambiar: no como residuos, sino como reservas urbanas de materiales.
Una laptop obsoleta contiene más oro por tonelada que una mina tradicional.
La diferencia es que está dispersa y requiere métodos sofisticados para su extracción.
La economía circular no lo ve como basura, sino como banco de recursos.
“Del reciclaje a la recuperación”: casos que abren camino
En Europa, algunas empresas y gobiernos ya implementaron modelos que integran RAEE, ITAD y economía circular.
El caso de Recupel, en Bélgica, es paradigmático: se trata de una organización sin fines de lucro que gestiona más de 100 mil toneladas de RAEE al año, con una tasa de recuperación de materiales superior al 90%.
Sus centros no solo reciclan, también reacondicionan y reinsertan productos en el mercado.
En Estados Unidos, la firma Sims Lifecycle Services se consolidó como uno de los referentes globales en ITAD.
Administra el final de vida útil de activos tecnológicos de grandes corporaciones, asegurando destrucción de datos, valorización de componentes y cumplimiento normativo.
Su modelo demuestra que el descarte puede convertirse en un activo estratégico.
En Latinoamérica, el desafío es mayor, pero también hay avances.
En Chile, la Ley REP (Responsabilidad Extendida del Productor) establece que quienes introducen productos eléctricos al mercado deben financiar su reciclaje.
Algunas empresas como Recycla, en Santiago, ofrecen servicios ITAD completos, incluyendo la recolección de equipos, el borrado de datos y su reventa o donación.
Argentina también muestra iniciativas incipientes.
El programa E-Basura, de la Universidad Nacional de La Plata, recupera computadoras donadas por empresas y las entrega a escuelas y ONGs.
Aunque modesto, el proyecto integra conceptos clave: prolongación de la vida útil, inclusión digital y economía circular.
En conclusión, las siglas RAEE, ITAD y economía circular no son sinónimos, pero dialogan en una misma narrativa: cómo reducir el impacto de nuestros residuos tecnológicos.
Mientras el RAEE es una categoría que diagnostica el problema, el ITAD propone una solución concreta y la economía circular imagina un futuro donde el problema mismo se redefine.
Entender estas diferencias no solo permite actuar con mayor responsabilidad, sino también anticipar un nuevo modelo de consumo: uno que no gire en torno al descarte, sino a la recuperación.
Referencias:
- Stahel, W. R. (2016). The Circular Economy: A User’s Guide. Routledge.
- Stevels, K. N. A. (2010). Green Electronics Design and Manufacturing. Springer.
- Webster, K. (2017). The Circular Economy: A Wealth of Flows. Ellen MacArthur Foundation Publishing.
- Sims Lifecycle Services: www.simslifecycle.com
- Recupel: www.recupel.be
- Programa E-Basura: www.ebasura.unlp.edu.ar