Según estimaciones de la Comisión Europea, el cambio de paradigma hacia la economía circular podría generar al menos 700.000 nuevos empleos en la Unión Europea para 2030.
Pero no se trata solo de puestos de trabajo; hablamos de una transformación que promete redefinir cómo producimos, consumimos y, sobre todo, cómo valoramos los recursos.
El modelo lineal ya mostró sus límites
Por: Gabriel E. Levy B.
“No podemos resolver los problemas con el mismo nivel de pensamiento que los creó”, decía Albert Einstein. Y si hay una fórmula que refleja con claridad esta advertencia, es la lógica del “extraer-fabricar-desechar” que ha dominado la economía global durante más de un siglo. Este modelo, heredado de la Revolución Industrial, sirvió a su tiempo, pero hoy sus efectos colaterales, agotamiento de recursos, crisis climática, y montañas de residuos, ya no pueden ignorarse.
A mediados de los años 70, el Club de Roma ya advertía sobre los “límites del crecimiento”, cuestionando la viabilidad de un sistema basado en el consumo ilimitado de recursos finitos.
En el mismo espíritu, la economista Kate Raworth propone un “donut económico” donde el desarrollo debe permanecer dentro de un espacio seguro y justo para la humanidad, respetando tanto los límites ecológicos como las necesidades sociales.
La economía circular nace como una respuesta a estas advertencias, proponiendo una lógica donde los materiales circulan en ciclos cerrados, los productos se diseñan para durar y repararse, y el desperdicio se convierte en recurso. No se trata solo de reciclar, sino de repensar todo el sistema productivo.
Repensar la producción desde su raíz
“La economía circular no es una alternativa, es una necesidad”, advierte Walter Stahel, uno de sus precursores. Y aunque suene radical, la evidencia económica y ambiental le da la razón. En el actual contexto de escasez de materias primas y aumento de precios, reaprovechar materiales se convierte no solo en una opción ecológica, sino en una ventaja competitiva.
La Unión Europea, consciente de esta oportunidad, lanzó en 2020 su Nuevo Plan de Acción para la Economía Circular. Este plan no solo busca reducir la presión sobre los recursos naturales, sino también impulsar la innovación industrial y fortalecer la autonomía estratégica de Europa frente a las importaciones.
Según un informe de la Fundación Ellen MacArthur, una economía más circular podría aumentar el PIB europeo en un 7% adicional para 2030 y reducir las emisiones de carbono en un 48% para 2030 respecto a los niveles de 2012. Pero quizá el dato más llamativo es el empleo: al menos 700.000 nuevos puestos de trabajo, vinculados a actividades como la reparación, el reciclaje, la remanufactura y el rediseño de productos.
Este cambio no sólo implica nuevas industrias, sino también nuevas competencias. Se necesitan diseñadores capaces de pensar productos modulares, ingenieros expertos en materiales reutilizables, técnicos en logística inversa, especialistas en economía colaborativa, entre muchos otros perfiles.
Repensar el mercado laboral
Uno de los aspectos más disruptivos de la economía circular es su impacto en el mercado laboral. Frente a la automatización creciente que reduce empleos en la economía lineal, el nuevo modelo demanda tareas más intensivas en conocimiento y habilidades humanas. Esto significa más empleos y también trabajos de mayor calidad, ligados a la innovación, la reparación, la digitalización y el diseño sostenible.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que la transición hacia economías más sostenibles podría generar 24 millones de nuevos empleos a nivel mundial para 2030. En Europa, el impulso de la economía circular iría especialmente a sectores como la construcción, la agricultura regenerativa, la energía renovable, la movilidad eléctrica y los servicios de reutilización.
Pero esta revolución no está exenta de desafíos. Las regiones con economías altamente dependientes de industrias extractivas o lineales podrían enfrentar transiciones difíciles. De ahí la necesidad de políticas públicas que acompañen el proceso: formación profesional, incentivos fiscales, inversión en I+D y normativas que favorezcan los modelos circulares frente a los tradicionales.
Además, esta transformación tiene una dimensión ética: recuperar el valor del trabajo manual, del mantenimiento, de la reutilización. En una sociedad acostumbrada a desechar, reparar se convierte en un acto casi revolucionario.
De Ámsterdam a Medellín: los territorios que ya cambiaron el rumbo
La economía circular no es una utopía por estrenar. Ya hay ciudades y países que la convirtieron en eje central de su desarrollo. Ámsterdam, por ejemplo, se propuso ser 100% circular para 2050. Para 2030, su objetivo es reducir en un 50% el uso de materias primas vírgenes. ¿Cómo lo hace? Exigiendo que toda la construcción de viviendas incluya materiales reutilizables, promoviendo la ropa de segunda mano y fomentando la reparación en lugar de la sustitución.
En América Latina, Medellín se posiciona como un laboratorio urbano de economía circular. La ciudad colombiana impulsa proyectos de recolección de residuos orgánicos para producir biogás, fomenta redes de emprendedores del reciclaje y apoya la formación de técnicos en reparación de electrodomésticos. La apuesta va más allá del medioambiente: se busca fortalecer la economía local y reducir la informalidad laboral.
También en España hay señales alentadoras. La Estrategia Española de Economía Circular (España Circular 2030) marca una hoja de ruta ambiciosa que incluye reducir en un 30% el consumo nacional de materiales y aumentar en un 10% la reutilización de residuos. Comunidades como Cataluña y el País Vasco han creado consorcios público-privados para acelerar la transición, integrando empresas, centros tecnológicos y universidades.
Incluso grandes multinacionales están reformulando su ADN. IKEA anunció que para 2030 todos sus productos serán reciclables, reutilizables o hechos con materiales renovables. Philips, por su parte, ya ofrece sus equipos médicos en modalidad de “producto como servicio”, lo que implica que la empresa se responsabiliza por su mantenimiento, recuperación y reciclaje.
En conclusión
La economía circular no es solo una estrategia ambiental: es un nuevo contrato social y económico. Frente al agotamiento del modelo tradicional, propone una alternativa donde el crecimiento económico convive con la regeneración de los ecosistemas y la creación de empleos de calidad. No se trata de volver al pasado, sino de avanzar hacia un futuro donde eficiencia, innovación y justicia ambiental marchen juntas.
Referencias:
- Raworth, Kate. La economía del doughnut. Editorial Paidós, 2018.
- Stahel, Walter. “The Circular Economy: A Wealth of Flows”, Ellen MacArthur Foundation, 2016.
- Fundación Ellen MacArthur. “Completing the Picture: How the Circular Economy Tackles Climate Change”, 2019.
- Comisión Europea. Nuevo Plan de Acción para la Economía Circular, 2020.
- Organización Internacional del Trabajo (OIT). Greening with Jobs, 2018.